Dos centurias antes de que el capitán James Cook propiciara la primera descripción de la flora australiana y casi trescientos años antes de que Charles Darwin se embarcara en su trascendental periplo a bordo del Beagle, un español, vecino de la Puebla de Montalbán y súbdito de Su Católica Real Majestad Felipe II, encabezaba la primera expedición científica al Nuevo Mundo y revolucionaba el conocimiento botánico y farmacológico de su tiempo. ¿Su nombre? Francisco Hernández… ¿Le suena a alguien? Lamentablemente (y fieles a nuestra injustificable amnesia para con nuestra mejor historia) solo a una inmensa minoría de estudiosos y a muchos de sus paisanos que, junto a Fernando de Rojas, le revindican, no solo como uno de sus hijos más ilustres, sino como una las figuras más importantes de la ciencia española, americana y europea del siglo XVI… Gracias a ese empeño nace este necesario y modesto tributo dramático a su obra y su figura. Por eso, como señala el catedrático Miguel Figueroa Saavedra, debemos hablar de Francisco Hernández de la Puebla y no de Toledo, porque es más justo y proteico señalar aquella singular cabecera del señorío de Montalbán, humanista y heterodoxa, «igual de lejos de la Corte que de los tribunales de la Inquisición», para retratar mejor a nuestro prohombre, Protomédico General de nuestras Indias, islas y tierra firme del mar Océano...
Francisco Hernández no pudo ver su obra publicada ni reconocido ninguno de sus méritos. Mas no solo el olvido y nuestra proverbial injusticia y cerrazón para nuestros ingenios se cebó en nuestro protagonista: un incendio en la Biblioteca de El Escorial destruía, un siglo después, su ingente obra… Sin embargo, copias fragmentarias circularían por Europa y el Nuevo Mundo, y científicos como el propio Carlos Linneo reconocería su inmensa talla.
Pero hablar del científico Hernández es solo visitar una de las estancias de este prometeico pueblano. Porque, hombre del Renacimiento y consumado polímata, cultivó con acierto la filosofía y la historia, tradujo y comentó a Aristóteles y a Plinio, realizó valiosos trabajos de zoología y mineralogía, aprendió con esmero la lengua de México, el náhuatl, a la que confirió estatus de científica. Asistió, incluso, a los ciudadanos de Ciudad de México durante la terrible epidemia de cocolitzle, una enfermedad tan mortífera como desconocida, dirimiendo sus causas, barruntando remedios y diseñando posibles planes para su contención. (¿Nos suena?). Y todavía más importante: Francisco Hernández encarna virtudes como el honor, la constancia, la discreción, la solidaridad o la pasión por el trabajo bien hecho.
Subrayar que no estamos ante un personaje remoto, que traemos a colación en un ejercicio de estéril arqueología. El doctor Hernández nos pone sobre el tapete dilemas actualísimos: el aprecio y respeto por los saberes indígenas versus la ciencia oficial; la lucha entre los intereses económicos o políticos y el bien general; la oposición entre la ética personal y la mano que te da de comer. ¿Qué diría nuestro protomédico, por ejemplo, sobre la oposición de las grandes corporaciones farmacéuticas a la liberación de patentes? ¿Qué opinaría sobre la globalización y la desaparición de culturas milenarias? ¿Cómo reaccionaría ante la deforestación del planeta y la pérdida de los «arcanos de la Naturaleza»?
ELENCO
Jorge Muñoz
Daniel Llull
Fernando Figueroa
Jorge Lozano
Música: Jesús de la Rosa y Daniel Martínez
Dirección: Alberto Gálvez
Autor: Alberto Gálvez
Dirección escenográfica: Alberto Gálvez